pacrima

Un lugar donde pensar entre palabras…

Todo pasó muy rápido

Leave a comment

Todo pasó muy rápido. Si lo hubiese pensado quizás no hubiese pasado.

Esa noche llovía a cántaros. Pensaba que no estaba demasiado contenta tras la cena de la empresa. Aquello supondría el fin  de mi contrato pero estaba ilusionada. Empezaría una vida nueva. Había bailado y bebido con mis compañeros de trabajo. Había disfrutado mucho aquella noche, pero en mi mente solo había lugar para lo que sucedería al día siguiente. Cogería el avión hacia Los Ángeles y, por fin, tras siete meses sin verle, le vería. Nos fundiríamos en un enorme abrazo. Nos sonreiríamos y nos abrazaríamos como siempre lo habíamos hecho. Vería su enorme sonrisa y sus enormes ojos dándome la bienvenida. Me cogería en brazos y me llevaría a nuestro dormitorio. No me dejaría marchar de nuevo y querría que pasara con él el resto de nuestras vidas. Me había montado ya toda la película en la cabeza. Solo soñaba con aparecer por sorpresa por el 206, sin previo aviso. Le haría ilusión. Él pensaba que llegaría una semana después. Le tenía engañado pero sabía que la recompensa valdría la pena. 

Antes de ir a la cena ya había dejado las maletas preparadas. Era algo que siempre hacía. Preparar todo con bastante tiempo de antelación. De hecho, las tenía preparadas desde esa misma mañana. Recordaba cómo canturreaba mientras metía las cosas sin apenas doblarlas.  Hacía una bola con mi ropa. No me importaba nada. Solo me importaba que al día siguiente a esta hora estaría ya junto a él. Mi vuelo era a las 9.00 am y sabía que él estaría en casa. Estaba todo preparado. Todo para lanzarme a su cuello y decirle “Te quiero”.

Llovía sin parar, lo escuchaba desde el restaurante donde me quedé hasta las tres de la madrugada aproximadamente. Algunos compañeros se ofrecieron para llevarme al hotel donde me quedaba esa noche,10413313_10205130587210609_5702963116454074570_n  ya que mi alquiler había terminado justo el día anterior. Yo    quería que ellos siguieran disfrutando de la noche así que negué  su compañía. Era yo la que se tenía que marchar para poder  dormir unas horas antes de coger el avión. 

 Al salir del restaurante salí corriendo hacia la avenida de  enfrente ya que era donde se encontraba la parada de taxis.  Justo en aquel momento no había ninguno allí pero me quedé  al lado de la carretera para ver si veía pasar alguno pronto. De  repente, vi uno de esos taxis amarillos girar la esquina y lo paré.  Yo estaba chorreando. El pelo, que me lo había planchado unas  horas antes para tenerlo perfecto para la cena, estaba hecho una  mierda. Cuando fui a cerrar la puerta alguien la aguantó para preguntarme si podía subir también. Acepté repentinamente sin apenas recaer en que era un total desconocido. 

El contador del taxi comenzó a sumar y aquel desconocido no paraba de hablar. Me recordaba a él. Su sonrisa, su pelo, su forma de hablar, su manera de mirarme. No nos conocíamos pero parecíamos más que amigos. Me hacía sonreír y yo parecía juguetear con él. Cuando el taxista paró en la puerta de mi hotel nuestras miradas se volvieron a cruzar y no hizo falta decir una palabra para saber lo que venía después.

Aquella noche no paró de llover, aunque en realidad tampoco reparé mucho en el tiempo. Aquella noche no me importó nada más que mi propio egoísmo. Fue un error. Claro que lo fue. Yo tenía mi vida y ansiaba volver a la vida que siete meses meses atrás había dejado. Pero un error tan grande no podría pasar desapercibido. 

Sus ojos me dieron la bienvenida tal y como esperaba. Pero lo que descubriríamos en poco tiempo nos cambiaría la vida para siempre. Fuimos dos los que llamamos al portón 206. 

Por Cris

Leave a comment